
Carmen Díaz-Faes Cachero
Estudiante del Grado en Relaciones Internacionales, Universidad de Vigo
Desde la retirada de las tropas estadounidenses y de la OTAN en agosto de 2021, Afganistán ha regresado con fuerza al tablero geopolítico internacional. La salida repentina de las fuerzas occidentales no solo supuso el colapso del gobierno afgano respaldado por Occidente, sino también el retorno al poder del régimen talibán en un escenario marcado por el vacío institucional, la incertidumbre social y una grave crisis humanitaria. Esta coyuntura ha convertido al país en un espacio de oportunidad para diversas potencias regionales que, ante la ausencia de influencia occidental directa, han intensificado su presencia o reformulado sus intereses estratégicos en la zona.
La ausencia de un Estado plenamente funcional, el incremento de la inseguridad, el repunte de la actividad terrorista y la necesidad de estabilización han llevado a actores como China, Rusia, Pakistán, India e Irán a reconfigurar sus relaciones con el nuevo régimen talibán. Al mismo tiempo, organizaciones no estatales como el ISIS-K o Al Qaeda han aprovechado este contexto volátil para reagruparse. La retirada occidental no ha cerrado un capítulo, sino que ha inaugurado una nueva fase de competencia regional, en la que cada potencia persigue objetivos geoeconómicos, de seguridad o de influencia ideológica.
En este marco, analizar el papel actual de Afganistán implica comprender cómo se ha convertido en una pieza clave de las estrategias diplomáticas y de seguridad de sus vecinos más influyentes. Su ubicación estratégica, en la intersección de potencias con aspiraciones hegemónicas en Asia Central —como China, Rusia, Pakistán, India e Irán—, otorga al país un valor geopolítico singular (Ballesteros, 2011). Tras la retirada de las fuerzas estadounidenses y aliadas, se generó un vacío de poder que, según Castro (2023), fue rápidamente interpretado por dichas potencias como una ventana de oportunidad.
Entre ellas, China destaca como uno de los actores que más ha sabido capitalizar esta nueva situación. El gigante asiático ha identificado en Afganistán un espacio para expandir sus intereses, tanto económicos —incluyendo el desarrollo de infraestructuras y el acceso a recursos minerales estratégicos (lantano, cerio, neodimio)—, como políticos. Desde 2021, China implementa una “diplomacia de cinco puntos” hacia Afganistán, cuyo primer eje es el reconocimiento implícito del gobierno talibán mediante contactos diplomáticos directos. Otros elementos clave de esta estrategia incluyen la prevención de que Afganistán se convierta en un refugio para terroristas yihadistas, especialmente uigures procedentes de Xinjiang, región fronteriza con Afganistán que China considera vulnerable a la radicalización islamista (Castro, 2023).
Los demás pilares de la diplomacia china en la zona abogan por una transición hacia una sociedad más inclusiva, el compromiso con la situación humanitaria y la consolidación del liderazgo global chino mediante una narrativa que responsabiliza a Occidente —en especial a Estados Unidos— del desastre afgano. Así, China utiliza el caso afgano para reforzar su confrontación estratégica con Washington y enviar un mensaje implícito a socios de EE. UU., como Taiwán (Rodríguez, 2022). Además, Afganistán podría desempeñar un papel complementario en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, como alternativa al Corredor Económico China-Pakistán (CPEC), conectando al país con las repúblicas centroasiáticas (Castro, 2023).
Rusia, por su parte, ha visto en la retirada occidental una oportunidad para reforzar su papel como garante de seguridad en Asia Central. Según Castro (2023), el regreso de los talibanes ha permitido a Moscú proyectar su influencia sobre las repúblicas exsoviéticas vecinas y contener cualquier desplazamiento dentro de su área de influencia tradicional. Bajo el argumento de la amenaza terrorista, Rusia ha justificado su presencia militar y política en países como Tayikistán y Kirguistán, aunque sin contemplar, por el momento, una intervención directa (Castro, 2023).
Pakistán, con más de 2.500 kilómetros de frontera compartida con Afganistán y una significativa población pastún dividida por la Línea Durand, mantiene una relación simbiótica y tensa con el vecino país. Históricamente, fue uno de los principales apoyos del movimiento talibán y consideró su regreso al poder como una victoria estratégica frente a la creciente influencia india en el anterior gobierno afgano. Sin embargo, esta alianza se ha visto deteriorada por el respaldo de los talibanes a Tehrik-e Taliban Pakistan (TTP), grupo insurgente cuyas actividades están siendo aprovechadas por otras organizaciones como el ISIS-K y el Ejército de Liberación de Baluchistán para atacar intereses pakistaníes (Castro, 2023).
India, por su parte, ha optado por una aproximación pragmática: ha ofrecido ayuda humanitaria y alimentos —como trigo— a cambio de garantías por parte de los talibanes de que Afganistán no será un santuario para grupos terroristas hostiles a Nueva Delhi (Castro, 2023).
Irán, en cambio, ha recibido con recelo el regreso de los talibanes, debido a la persecución que estos ejercen contra la minoría chií hazara, además de los persistentes problemas de narcotráfico, fronteras y refugiados. Sin embargo, comparten un enemigo común en el ISIS-K, lo que ha permitido cierto grado de cooperación táctica (Castro, 2023).
Europa mantiene una posición ambigua, sin reconocer al régimen talibán pero consciente de que en el futuro será necesario algún tipo de contacto diplomático (Rodríguez, 2022). España, concretamente, no considera que la situación afgana tenga un impacto directo en su seguridad o sus intereses estratégicos.
Por su parte, Estados Unidos ha perdido peso e influencia en el país. Tras la retirada de 2021 y el regreso de los talibanes a Kabul, Washington ha dado por cerrado su capítulo afgano, trasladando su foco de atención geoestratégico al Indo-Pacífico.
Finalmente, el terrorismo internacional sigue siendo un factor clave en la geopolítica afgana. Como señala Castro (2023), si bien Afganistán no es aún un Estado fallido, la incapacidad de los talibanes para ejercer un control efectivo sobre el territorio podría facilitar, en poco tiempo, que se convierta en refugio para organizaciones yihadistas transnacionales. El presidente del Estado Mayor Conjunto de EE. UU., Mark Milley, advirtió que, en un plazo de 12 a 36 meses, grupos como Al Qaeda o ISIS-K podrían volver a operar internacionalmente desde suelo afgano, si bien con un nivel de amenaza inferior al previo al 11-S (Castro, 2023).
Bibliografía:
Ballesteros Martín, M.A.(2011) Análisis geopolítico de Afganistán. Documento de análisis IEEE. Instituto Español de Estudios Estratégicos. Obtenido de: https://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2011/DIEEEA12_2011AnalisisGeopoliticoAfganistan.pdf (consultado 15/11/2023).
Castro Torres, J,I. (2023). Afganistán: un gobierno sin programa y un pueblo sin esperanza. Documento de Análisis IEEE. Obtenido de: https://www.ieee.es/Galerias/fichero/docs_analisis/2023/DIEEEA09_2023_JOSCAS_Afganistan .pdf (consultado 15/11/2023).
Rodríguez Gómez, M,. Casal Míguez, M,V,. Cadenas Lázaro, M,. Iñiguez, Hernández, S,. Gómez, Martínez, P,. Blanco Álvarez, J,M,. y Alonso Miranda, A,. (2022). Panorama tras la caída de Afganistán, Instituto Español de Estudios Estratégicos. Obtenido de: https://www.ieee.es/publicaciones-new/documentos-de trabajo/2022/DT01_2022_Afganistan.html (consultado 15/11/2023).